viernes, 23 de marzo de 2007

Recordando a Poe.



Estos últimos días he estado reflexionando sobre la figura del máximo exponente de la literatura de terror en el S. XIX. Edgar Allan Poe (1809-1849) fue un personaje singular sin la menor duda. Su carácter idealista y romántico, su fascinación por lo oscuro y macabro y su peculiar biografía, por entre la que remeda sus alcoholismo y la muerte de las mujeres amadas son sencillamente fascinantes.
Decía que he estado recordando a Poe y su obra más que lo de costumbre y no me avergüenza reconocer que ha sido a partir de ver el pasado domingo el programa del Friker Jiménez (lo único que veo por la caja tonta) y las alusiones a
El Entierro Prematuro referido a un reportaje sobre el entierro involuntario de personas vivas y el fenómeno de catalepsia o catatonia que tan bien describió el genio de Boston. Como es habitual, el programa dejó en el tintero algunas informaciones, como que este no es el único cuento que hace referencia a la catalepsia. En La Caída de la Casa Usher tenemos otro ejemplo, en el caso de la hermana de Roderick Usher que es enterrada viva. Por otra parte se apresuró el médico forense ése que sale a decir que actualmente era imposible que alguien fuese enterrado vivo. Yo no estaría tan seguro. Por cierto médico forense que va de entendido y al que de vez en cuando se le escapa algún sonoro disparate, como decir que el arameo es una lengua indoeuropea.
Bendito Poe que nos ha hecho soñar tanto a tanta gente. De siempre, mis cuentos favoritos han sido el de la Casa Usher, junto a La Máscara de la Muerte Roja, quizá este por sus descripciones más que por la historia en sí, y Ligeia. Ligeia es tal vez el cuento poeiano por excelencia, aquel que el escritor consideraba su mejor obra, en el que él mismo se retrata mejor, y donde más claramente se comprueba su fascinación hacia el amor y la muerte. ¿O debo decir mejor entre la simbiosis entre el sexo y la muerte como algún cretino ha publicado recientemente?

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